Foto tomada: www.dogzer.com
Su origen es oscuro, como el de tantas otras razas; sólo puede suponerse que desciende del cruce de perros llevados al Brasil por los conquistadores portugueses y españoles. Se le usaba para capturar esclavos fugitivos, a los que rastreaba fácilmente gracias a su excelente olfato, devolviéndolos vivos a los guardianes.
El Fila Brasileño es valiente, atento, impetuoso, pendiente del amo y desconfiado de los extraños. Sin embargo, manifiesta una fidelidad tradicional a su dueño y sus familiares con quienes se muestra extremadamente afectuoso, dulce y obediente.
Este perro no puede sentirse cómodo en la ciudad. Está hecho para la vida rural, donde puede ejercer libremente su vigor físico, donde su robustez no sufre limitaciones. Está dotado de un aspecto que infunde temor, siempre dispuesto a agredir, sin embargo el Fila tiene un carácter dócil y devoto al amo.
Es desconfiado en presencia de extraños y no admite la menor familiaridad. Guardián incomparable.
La vida del Fila transcurre en un continuo ir y venir entre el amor y el odio. Amor a todo aquello que asume como propio: su dueño, su familia, sus propiedades... Odio hacia todo lo demás. Cualquier ser vivo ajeno a su entorno es considerado como un agresor, propiciándole la respuesta que a su juicio merece tal invasión.
Es probable que la persona que posea un Fila por primera vez se sienta un tanto desconcertada ante la forma de proceder de su compañero durante los nueve o diez primeros meses de vida, ya que es frecuente que el mismo cachorro que gruñe y acosa al vecino lo reciba al día siguiente ofreciéndole el mejor de sus juguetes.
Una cuestión que inquieta es la convivencia del Fila con los niños de la familia. A este respecto comentar que no sólo no existe ningún problema, sino que se establece una sólida relación afectiva.
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